lunes, 9 de abril de 2012

Hundo en tu boca mi vida

-¿Eres feliz? -preguntó él mientras acariciaba el hueco desnudo que queda entre sus senos. Nada le gustaba más que dejar reposar su mano allí.
-Sí, lo soy. -le contestó, sonriendo, ella.
-¿Antes no lo eras? -dijo, desconcertándola.
-Sí, sí lo era. -respondió totalmente segura. No podía negar que antes de que él llegara fuera feliz, porque lo era.
-Ya... -él dudó, algo decepcionado, alejando la vista para que ella no pudiera encontrarla, apartando la mano de su cuerpo. 
Él había preguntado, ¿por qué ahora se mostraba así?
-¿Y tú? ¿Acaso no lo eras antes? -espetó sorprendida, casi molesta, buscando algo con lo que taparse.
-Sí, también. -dijo, agarrándola tiernamente por un brazo y llevándola hacia él. 
Tampoco podía engañarla: él siempre había sido un chico muy feliz. Entonces, ¿por qué se molestaba?
-¿Debería cabrearme yo? -cuestionó, clavando su mirada en aquellos ojos claros. Aquellos en los que podía perderse y le daba igual si no volvía a encontrar la salida. 
No podía enfadarse con él.
Como respuesta bajó su cabeza, algo avergonzado.
-Y dime, ¿sigues siéndolo ahora? -dijo, dejando que su voz sonara más dulce y elevando suavemente el rostro de él con su mano derecha.
-Ahora más. -confirmó abrazándola.
Y al terminar su abrazo, se observaron, y no hizo falta que dijeran más. Ni "te quieros" ni palabras bonitas. Allí no se oyó más que el silencio. 



No necesitaban declararse su amor eterno ni anunciar continuamente lo que se querían. Ellos lo sabían con sólo mirarse.