martes, 6 de diciembre de 2011

από την ομπρέλα

No llueve. De hecho, hace meses que no cae una sola gota. Y aunque los campos lo están sufriendo, a ella ésto no le importa. Nunca volverá a salir a la calle sin su paraguas. Llueva o no. Nunca desde hace 15 años. Desde aquel 7 de Mayo. Ese día sí que fue lluvioso. 


Ella, Amy -que era como la llamaban, y aunque nadie me dijo jamás su verdadero nombre, imagino que sería tan dulce como ella.- se disponía a salir de su casa. Tenía una cita muy importante, de ésta dependería el resto de su vida. 
Esa mañana se había levantado con un gran buen humor y una sonrisa de oreja a oreja, y es que al descorrer las cortinas se había llevado una gran sorpresa: el sol brillaba más que ningún otro día; una leve brisa mecía los árboles salpicados de colores vivos, dignos de una hermosa primavera; y los pájaros cantaban hoy su canción preferida. Amy era una chica realmente pesimista, y pocas cosas eran las que podían hacerle reír. Pero, aquel día, día 7 -su número de la suerte- sabía que iba a ser perfecto. Nada podría ir mal. Nada arruinaría esa sonrisa que tanto le había costado sacar. O eso creyó ella. 
Se lavó la cara, desayunó como una reina, se duchó y descolgó la ropa que ya había elegido la noche anterior. Camisa blanca a rallas de color salmón, pantalón de traje, americana, y sus queridos Manolo Blahnik -aquellos por los que tanto había tenido que ahorrar- a juego con la camisa. 
Ya vestida y delante del espejo de su único baño -"un aseo decorado nada acorde con mi personalidad", se quejaba ella- colocó en el pelo -aquel pelo largo, liso, y oscuro como el carbón- unos palillos chinos color de su cabello, y se hizo un sencillo moño en el que toda su melena quedó recogida, salvo dos finos mechones que dejó descolgados a ambas partes de su rostro. Ya que no le gustaba maquillarse de manera excesiva, se limitó a extender por su cara unos polvos blancos del color de su piel; un sencillo colorete rosa -su favorito. A veces se preguntaba porqué tenía todos los demás, sabía que no los usaría-; un poco de máscara de pestañas -tampoco necesitaba mucho, ya eran largas y abundantes. Hacían que sus ojos pudieran abanicarte cuando la mirabas-; y una capa de brillo que parecía hacerle los labios más delicados, como si en cualquier momento fueran a volver a enarcarse para no volver a sonreír más. 
Lista ya para salir, agarró su nuevo maletín -previamente preparado con todo lo que pensaba que necesitaría-, cogió una fina chaqueta por si -aunque era totalmente improbable- le daba al tiempo por cambiar, y abrió la puerta de su piso. Bajó las escaleras tan feliz como se había levantado. "Sí, hoy será un maravilloso día", auguraba. Encontró el portal abierto -ni siquiera tendría que hacer el esfuerzo de abrirlo ella misma, (¡con lo que le costaba!)-, y salió finalmente a la calle.


Quién le iba a decir a ella, que tras cruzar la línea que separaba las baldosas de la escalera con la acera de la calle, habría cambiado su vida para siempre. Quizás para mejor. Quizás para peor. Pero que nada volvería a ser como antes...






Os dejo hoy con la primera parte de un relato que empecé a escribir ésta mañana. Y que espero continuar escribiendo otro día. 

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